Si nuestra identidad no se ajusta a las normas sociales dominantes en nuestra sociedad, se nos puede tildar de anormales, inmorales, vergonzantes, inferiores, peligrosos e incluso delincuentes. Algunos tópicos pueden convertirse en tabúes sociales y temas de conversación a evitar. Las normas sociales y culturales definen no sólo la conducta que se espera de nosotros, sino lo que podemos y no podemos debatir abierta y sinceramente.

Cuando mujeres y niñas que han sido violadas o agredidas sexualmente se encuentran con actitudes de sospecha, censura o culpabilización, o cuando los hombres sobrevivientes de violación o agresión sexual son estigmatizados, culpabilizados u hostigados, esto contribuye a la desigualdad social basada en el género.

La campaña ÚNETE de la ONU ha informado de que el estigma social de las personas que sobreviven a la violación y la agresión sexual es especialmente común, y hace que muchas de ellas no acudan a la justicia por temor a perder su reputación y ser víctimas de represalias y de más violencia, entre otras consecuencias. Es bien sabido que la violación y la agresión sexual son delitos que en muchos casos no se denuncian, ya que quienes sobreviven a ellos temen romper el tabú sobre su agresión y provocar reacciones negativas por parte de sus familias o comunidades, o no confían en la capacidad o la voluntad de las autoridades de que los culpables comparezcan ante la justicia.

“Temo que mate a mi familia, y también cuando estoy en el pueblo siento mucha vergüenza. Tengo miedo de no poder encontrar a nadie que me quiera.”
(Sobreviviente de violación e incesto de 14 años, Camboya)

Este tabú social que condena al silencio a los sobrevivientes de violación y violencia sexual afecta a personas de cualquier género que temen dejar de ser respetadas en el seno de su familia y su comunidad, que les culpen de la agresión o que se cuestione su identidad u orientación sexual por haberla sufrido. Por ejemplo, los hombres y los niños que han sufrido violencia sexual también temen las consecuencias sociales de intentar conseguir tratamiento después de la agresión o denunciarla.

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Cuando la gente no puede hablar y ser oída, se menoscaba el disfrute de los derechos individuales. Esto puede llevar a una cultura de la impunidad y a que no haya leyes y políticas adecuadas para proporcionar una protección y un resarcimiento apropiados. En algunos casos, puede generar incluso leyes que violan directamente los derechos humanos. Las leyes que permiten a los maridos pegar o violar a sus esposas impunemente, que impiden a las mujeres que viajen, trabajen, voten, accedan a la atención de la salud o posean bienes sin el conocimiento o el consentimiento de sus maridos o sus padres, entorpecen la capacidad de las mujeres y las niñas de participar social, económica y políticamente en el desarrollo y refuerzan las normas sociales sobre la inferioridad de la mujer.

“Ni los padres, ni siquiera el padre de una mujer que ha sido golpeada puede acudir y decirle a su yerno: ‘¡Mira lo que le has hecho a mi hija!’ No tiene derecho a hacerlo, y el marido puede responderle: ‘Es mi esposa y hago lo que quiero’. En Armenia, el hombre cree que su esposa es de su propiedad.”
(D.M., sobreviviente de violencia en el ámbito familiar en Armenia)

Todos estamos inmersos en las historias y expectativas de nuestras culturas desde muy corta edad. Debido a ello, internalizamos las presiones sociales o adoptamos las imágenes y normas dominantes en nuestra cultura y nos presionamos, nos culpabilizamos y nos avergonzamos para obligarnos a adaptarnos mejor.

Activistas juveniles participan en la campaña de Amnistía Internacional Mi cuerpo mis derechos, Copenhague, Dinamarca, julio de 2014. La pancarta reza: “¿Te casarías con tu violador? Hay personas que tienen que hacerlo”.
Activistas juveniles participan en la campaña de Amnistía Internacional Mi cuerpo mis derechos, Copenhague, Dinamarca, julio de 2014. La pancarta reza: “¿Te casarías con tu violador? Hay personas que tienen que hacerlo”.